Asociación de Trasplantados de Páncreas.

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lunes, 10 de octubre de 2011

Las vueltas de la vida, en Argentina.

09/10/2011 2:00 AM
Las vueltas de la vida
Durante 30 años Julio Tartaglione peleó por la donación de órganos. No sabía que un día sería protagonista de su lucha: un hígado le salvó la vida.
Imagen rara. Si está en un lugar con mucha gente, el médico debe usar un barbijo para evitar complicaciones.
Cuando a uno le toca masticar tierra como me tocó a mí, después todo es caviar”. La frase bastaría para dejar claro cuánto cambió Julio Tartaglione. El habitué de las páginas de política, bien adelante en los diarios. El ex presidente de la Sociedad Rural de Trelew, ex titular de la Cooperativa Eléctrica y actual gerente general del Instituto de Seguridad Social y Seguros. El candidato en los rumores a infinidad de otros cargos como concejal, intendente, ministro. El médico que se ocupó durante 3 décadas a difundir qué importante era donar órganos.

El hombre a quien el 5 de junio se le cayeron todas las medallas y quedó desnudo en un quirófano de un hospital porteño, como uno más, porque necesitaba un hígado nuevo.

En diciembre de 2010 lo anunciaron como nuevo funcionario de SEROS. Volvía al ruedo como otras veces. Pero un día desapareció de los medios y de la calle. Pocos sabían que hace 10 años que Tartaglione sufría de “hígado graso”, por una combinación de obesidad y diabetes tipo 2. “Hace 4 años empecé una dieta muy estricta y bajé 12 kilos en 3 años”, le cuenta hoy a Jornada. Los cuidados no bastaron y terminó con un diagnóstico de cirrosis metabólica, no alcohólica.

Se controló cada semestre con una ecografía. Su propia hija, especialista en diagnóstico por imágenes, le detectó nódulos hepáticos que otros estudios confirmaron. Eran dos tumores malignos de hígado, que suelen aparecer con este tipo de cirrosis.

En marzo, su médico del Hospital Italiano de Buenos Aires, Adrián Gadano, le hizo la única oferta posible para poder vivir: un trasplante hepático. “Lo acepté de inmediato y la noche que me lo dijo fue la noche que mejor dormí porque me saqué un peso de encima. En los últimos tres años ya veía que la situación terminaría así. Faltaba llegar al momento justo”.

Casi vivió una semana en el Italiano y pasó todos los estudios pre trasplante. Ingresó a la lista de espera del Instituto Nacional Central Único Coordinador de Ablación e Implante. Debido a su tipo de enfermedad hepática se determinó que su única posibilidad de sobrevivir era una operación lo más rápido posible. “No entré en emergencia nacional pero tenía un puntaje mucho mayor que el normal. Pero pasé todos los trámites como a cualquiera, ahí no era el médico Tartaglione”.

Decidió irse a vivir a Buenos Aires para no sufrir con la distancia si surgía un donante y estar a tiro del quirófano. A sus 64 años, si no aparecía nadie en el corto plazo, un tratamiento lo ayudaría a seguir esperando. Renunció a SEROS pero el gobernador Mario Das Neves y el presidente del ISSyS, Máximo Pérez Catán, rechazaron la dimisión. En cambio trabajó en la delegación porteña de la obra social.

Se lo tomó con tranquilidad. Los últimos controles le dieron bien, la dieta sirvió, estaba algo mejor. Pasó un mes y podía pasar más. Ya no estuvo Nº 1 en la lista del Italiano. “Siempre fui optimista y sabía que era el principio de algo que debía terminar mejor. Nunca pensé que terminaba peor”.

Hasta que llegó la madrugada el 5 de junio. El volcán Peyeuhe explotaba en Chile y para Chubut cambiaba todo. Para Tartaglione la explosión fue aún más profunda y se conmueve como si pasara de nuevo. “A la 1 me llaman del hospital y me preguntan si estaba en Buenos Aires; les digo que sí y me avisan que había entrado en operativo de trasplante”. Le pidieron que vaya bien temprano para el trasplante.

“Todavía me emociono porque es jodido –dice, respira hondo y seca lágrimas-. No es fácil. Sandra (su esposa) me acompañó siempre, los 4 meses”. Fueron al Italiano, pasó un electrocardiograma y exámenes de sangre. Derecho al quirófano. Eran las 10, salió a las 17. “Si estaba en Trelew no me trasplantaba porque ya no había aviones, la suerte me acompañó en todo”, se alivia.

Al quirófano entró caminando. “El anestesista salió a preguntar por el paciente, le dije que era yo y se sorprendió porque no suelen entrar caminando pero yo sí. Cuando supo que era médico quiso explicarme qué me haría y le digo no te preocupes, ahora no soy más médico, hacé lo que sabés”. Por la noche ya pudo charlar algo con su mujer. Lo recuerda y no para de secarse lágrimas. “Dormí bastante bien y al otro día tenía cientos de mensajes de aliento”. Muchísimos amigos viajaron a verlo en colectivo y auto.

“Fue un momento duro y hay un Julio que no sé si es mejor o peor, pero distinto. Los humanos tenemos que ser mucho más agradecidos a la vida; las cosas materiales van y vienen pero la escala de valores que te hace buena persona te dura toda la vida y así vas a quedar en el recuerdo”. Esa filosofía le inundó la mente como nunca antes. “Estas cosas se te vienen a la cabeza; lo simple de la vida pasa a ser importante”.

Su última imagen es la de Juan Mattera, el médico que lo trasplantó. Una mañana Tartaglione despertó y lo vio acodado en la baranda de la cama. Así se conocieron. “Vas a estar muy bien –le dijo al paciente-. Te operamos en el momento justo y ya no tenés absolutamente nada. Tu hígado estaba para sacarlo y el órgano nuevo es óptimo”.

Termina la charla y dice que en el trance sus 6 hijos dejaron de serlo para convertirse en amigos. Que en el hospital comulgó después de décadas y lo retaron porque la hostia podía caerle mal. Que bajó 10 kilos desde la operación y 22 desde que le diagnosticaron la cirrosis. Que todo es distinto.
 
 
 

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